TOKYO ESENCIAL BAJO LA LLUVIA.
Tokyo iba a ser una especie de «caminando bajo la lluvia». La terminal de Harumi, queda estratégicamente situada a pocos kilómetros del centro. La macro urbe, es una sucesión interminable de rascacielos, autopistas, muchedumbres.
Visto así, da una cierta pereza. Las estaciones de metro más grandes y concurridas del mundo, hacen de la explotación algo muy árido. Sin embargo Tokyo bulle tendencias como nadie. Una especie de choque intenso entre tradición y una juventud rabiosamente inconformista y radical. La luz de los letreros luminosos, cuando el barco entraba de noche, entre la lluvia daban una sensación tan irreal, que la escena parecía sacada de una película futurista de ciencia ficción. Luces atrayentes invaden fachadas enteras, invitándonos a un consumo permanente.
De nuevo cuando planeamos una visita a Tokyo, debemos ser moderadamente prudentes en el tema de la planificación. Aunque su centro lo constituye su elegante centro financiero que rodea a la antigua estación de Tokyo y los jardines imperiales, el urbanismo es caótico, y no es más que una sucesión de ciudades barrios fusionadas en donde viven más de 11 millones de personas.
La red de metro es limpia, rápida y eficiente; un torrente humano en ebullición en donde millones de personas se mueven ordenadamente como hormigas dentro de un inmenso, kilométrico y complejo laberinto. Un bono de 700 yens (6 euros), da viajes ilimitados y algunos bonos más caros, incluyendo las lineas suburbanas de la red Torei.
La primera visita es el Templo Senso Ji en Asakusa, uno de los más antiguos del país. Tokyo es una ciudad netamente moderna, y reconstruída tras la Segunda Guerra Mundial. El templo fue uno de los puntos que fue levantado de nuevo, porque los habitantes de la ciudad, no se podían imaginar su vida sin su Senso-ji.
Esta hermosa estructura «bermellona» es accesible a través de la enorme puerta de Kaminarimon y la grandiosa lampara de papel. Turistas y locales, algunos con ropajes tradicionales caminan hacia la entrada. Se dice que en el siglo XVII una estatua de la Diosa de la misericordia fue encontrada en el vecino Río Sumida, y a pesar de devolverla el río, emergía una y otra vez.
El pabellón principal todavía conserva una enorme estatua de 55 metros de altura. Es uno de los templos más grandes del país, y su enorme estructura, y pagoda es uno de los monumentos más fotografíados de Tokyo. Sus alrededores son bulliciosos, y un gran mercado de Nakamise esencialmente de souvenirs nos ofrece el lugar perfecto para nuestros regalos. Dulces típicos, tiendas de té, muñecas, kimonos, objetos de caligrafía, madera, abanicos se abren en pequeños puestos, además de más comida local, que se prepara directamente.
El barrio de Asakusa es especialmente tradicional, aunque no conserva el tipismo de cuando era el centro de ocio de antes de la Guerra. La estructura del Skytree, uno de los miradores más altos de la capital nipona es visible tras la neblina al fondo.
Pero tocaba otro de los lugares más mediáticos de la ciudad, que es Shibuya crossing, más conocido por Hachiko. El barrio de Shibuya, o de la moda juvenil, y aunque está bastante lejos del centro es uno de los más vibrantes de la urbe. Línea de metro Ginza hasta el final, y salimos a una famosa plaza, en donde decenas de altos edificios vestidos de luces de neon, nos recuerdan la imagen de Tokyo de las películas.
El Cruce de Shibuya, es uno de los más concurridos del mundo. Cientos de personas lo cruzan a diario, en sus tres o cuatro direcciones. No dejarás de cruzarlo una y otra vez, cámara en mano. Uno de los pocos lugares, con una cierta visión desde lo alto, es el Starbucks que queda justo en el edificio más alto al otro lado del cruce. Momento perfecto para «coffee time», y relajación. La lluvia seguía cayendo de forma persistente.
La Tokyo Imperial es simplemente el Palacio del Emperador, que desde el exterior se nos antoja humilde e insignificante frente a los altísimos edificios del barrio financiero de lujo de Marouchi.
Desde la estación de Tokyo tendrás que caminar entre calles opulentas, centros comerciales apabullantes hasta llegar a los Jardines Imperiales, con una extensión masiva. Su mérito es ver el contraste entre zona urbana y vegetación. Son unos jardines inabarcables. Una extensión eterna de árboles tradicionales, y varias secciones de las que son especialmente llamativas las de Hama Rikyuy el Jardín Oriental.
Si hay un centro de la urbe, este sería la Estación de Tokyo. Un edificio inmenso, nudo de comunicaciones, con kilómetros de pasadizos subterráneos laberínticos, que requieren grandes dosis de orientación. La parte norte uno de los pocos edificios históricos que se conservan.
Y además, al otro lado, el famosísimo barrio de Tokyo de Ginza, que podríamos decir, que es una especie de «Calle Pretty Woman», a la japonesa, y que podemos ver una sucesión infinita de las mejores marcas. Lujo, y poderío en cada metro del famoso barrio.
Cierto que es una aproximación muy limitada; estancia muy corta, y con el impedimento de la lluvia. Sin embargo que dejó una muy buena sensación. No como monumentalidad, sino una olla a presión de tendencias, en donde oriente y occidente compiten en cada esquina de la urbe. Sin duda un aperitivo para una segunda visita más profunda en el futuro.