MARTINICA: La Pompeya del Caribe.
Un vergel con corazón volcánico. Martinica se puede definir como un compendio de fuego, y trópico. La Pompeya del Caribe es una de las islas más excitantes, intensas y completas del Caribe. Como parte de Francia, se mantiene relativamente lejos de las “ordas de inmensos barcos americanos que saturan otras islas anglosajonas, hasta convertirlas en enormes centros de ocio y compras masificados. El contacto con Martinica fue particularmente intenso.
Llegué en barco, navegando por unas aguas calmas, un cielo limpio y una luna llena enorme hasta el punto de reflejarse en el mar, llenando de luz de plata cada toda la superficie del caribe. Tras cerciorarme que no había barcos piratas con calavera en el horizonte, era hora de contemplar, al anochecer el inmenso y cálido cielo estrellado del Caribe.
Sin embargo, la noche se volvió amenazante cuando una potente tormenta, acechaba a babor. Sí; de esas caribeñas, rápidas e intensas pero que desaparecen. Rayos, truenos y la naturaleza desatada. Sin duda tenía enormes expectativas, y Martinica se iba a convertir en una de las escalas más hermosas e interesantes de todo el crucero.
La aproximación al amanecer se realizó de nuevo bajo un potente aguacero. Cuando vislumbramos Martinica, la mezcla de verdes, nubes plomizas en retirada, sol, agua, era como una paleta cromática de un cuadro fantástico caribeño. Aparentemente, Martinica es poco turística, medianamente rica, pero tradicional. No veo enormes bloques afeando la capital Fort de France, que se presenta como una coqueta ciudad colonial. Algo destartelada, pero en donde los franceses levantaron edificios públicos moderadamente dignos, mezclado con vida local intensa.
Cruzamos la isla, palpando todos los escenarios posibles, una isla con olor a café, ron, azúcar, flores, plantaciones de plátanos, y enormes litorales. Cruzas por el centro, a través de una cordillera con las nubes casi lamiendo los campos, visitas una destilería de Ron, y sobre todo te empapas de la historia trágica de la antigua capital de la isla, destruída en minutos por un volcán Mount Pelee en 1902, causando más de 26.000 victimas.
La conmoción fue tan intensa que la capital se trasladó a Fort de France. Hoy Saint Pierre es un apacible lugar, hermoso tradicional, y plagado de ruinas y fantasmas, y en donde quedan pocos vestigios de lo que fue una de las capitales coloniales más hermosas de las colonias francesas en la zona. La vieja iglesia de Saint Pierre, permanece en píe esperando el próximos gruñidos del viejo y cercano volcán.