Llegando a Thailandia
Es tradicionalmente uno de los países asiáticos más edulcorados. O por lo menos, el que muchos viajeros «snobs» dicen que es el menos típico. Siempre me he preguntado del verdadero significado de esas palabras. Como si los países tengan que vivir lejos de la evolución, para que un par de viajeros «de pata negra», haga fotos prototípicas «fetems», que queden muy monos en sus álbumes. Pues no, Thailandia es un Tigre Asiático, con una de las economías más desarrollados de la zona. Vive una curiosa mezcla entre modernididad y tradición.
Un país con pocas cicatrices, por la ideosincrasia de su pueblo. Guerras, revueltas, solo con moderación. Todo lo solucionan con pasmosa calma, y siempre con una sonrisa. El clima en Amsterdam no era para sonreir. Había elegido para mi largo periplo a KLM. No hay nada más seguro que un B747 de la compañía holandesa, aunque la mitad del avión sea carguero cargado de flores y caballos. Tres vuelos antes de llegar a Bangkok comenzaba con una aproximación en medio de tormenta en el aeropuerto de la capital holandesa. Santiago-Madrid-Amsterdam-Bangkok. Más de 20 horas para llegar a la febril Bangkok.
Si llegaba con una sonrisa tras los tumbos del aterrizaje de Amsterdam, podría ser considerado un viajero bastante estoico y modélico. Me encanta el aeropuerto de Amsterdam. Además de su ingente cantidad de tiendas, es perfecto para subir a la terraza, y que los aerofreakies podamos recrearnos en la contemplación. Y por fin embarco en el City of Seoul, en «porky class». Tras el menú oriental de la compañía, doscientas vueltas por la cabina, dos películas, una cajita de desayuno muy curioso, y alguna cabezada, el avión comienza a aproximarse a Bangkok. Había llovido y todo brillaba. Suave touch down, calor monzónico, y solo unas horas de hotel antes de comenzar la exploración de Bangkok. Previamente algunos aviones «raritos» pululaban por las pistas.
Un traslado rápido a un altísimo hotel del centro de Bangkok, en medio de una ciudad que a pesar de ser caótica se mostraba tranquila y casi sin trafico. Mirando desde la ventana de mi hotel pude ver como la ciudad, por lo menos desde las alturas poco se diferenciaba a cualquier urbe americana.
Seguro que bajando a sus calles, las cosas cambiarían de forma ostensible. Supongo que estaba cansado, ya empapado de sudor a pesar de ser las primeras horas de la mañana, y necesitaba un merecido descanso aunque fuera de unas horas.