Llegada a Seychelles

El avión se sacudió levemente al atravesar un manto de nubes de tormenta. Por unos instantes, la ventanilla fue solo un lienzo gris agitado por la lluvia. Pero, de repente, la cortina de agua se desvaneció, y allí estaba: Mahé, extendiéndose como un sueño esmeralda sobre el azul del Índico.

Montañas verdes emergían de la bruma, y sus laderas descendían suavemente hasta besarse con playas de arena blanca, abrazadas por aguas de un turquesa imposible.

El aterrizaje fue suave, pero al descender por la escalerilla del avión, la primera bofetada de calor me dejó sin aliento. Venía de un invierno helado, y de pronto me encontraba envuelto en un aire denso, cargado de sal y aromas exóticos. Entre los pasajeros, un hombre destacaba. Rastas largas, camisa de flores de colores vibrantes, sonrisa radiante. “¡Bienvenido a Seychelles, hermano!”, exclamó con un acento musical, extendiendo la mano. Era mi guía.

Con una carcajada contagiosa y un jeep descubierto que parecía haber vivido mil aventuras, comenzamos nuestra exploración de la costa sur de Mahé.

1. Anse Intendance: El espectáculo del Índico

Primera parada: Anse Intendance, una de las playas más impresionantes de la isla. El jeep dejó atrás la carretera bordeada de cocoteros, y de pronto, el océano se abrió ante nosotros en un rugido de espuma. Aquí, las olas rompen con fuerza contra la orilla de arena fina y dorada, perfecta para caminar descalzo, sintiendo el pulso de la isla en cada grano cálido. El guía me contó que durante ciertas épocas del año, las tortugas marinas llegan a esta playa a desovar, un espectáculo natural que convierte a Mahé en un santuario vivo.

2. Takamaka Rum Distillery: La esencia de Seychelles en un vaso

Seguimos rumbo al interior, donde la vegetación se volvía más densa y el aroma a caña de azúcar flotaba en el aire. En la Takamaka Rum Distillery, una antigua plantación colonial transformada en destilería, descubrí el alma líquida de Seychelles. Barricas de roble guardaban el ron añejado, mientras aprendía sobre el proceso de destilación que ha dado fama a esta bebida. El momento cumbre llegó con la degustación: un sorbo de ron Takamaka, con notas de vainilla y especias, que se deslizaba suavemente en el paladar como una caricia tropical.

3. La selva de Morne Blanc: Un viaje a la cima del paraíso

Desde la costa nos aventuramos hacia el corazón de Mahé, donde la naturaleza reclama su dominio absoluto. En el Parque Nacional Morne Seychellois, emprendimos la caminata hacia Morne Blanc, un sendero que asciende entre helechos gigantes y árboles centenarios. La humedad envolvía cada paso, y el canto de los pájaros endémicos creaba una sinfonía salvaje. Al llegar a la cima, la vista era indescriptible: la isla se desplegaba bajo mis pies, con la selva encontrándose con el mar en un abrazo eterno.

4. Anse Royale: Puesta de sol entre aguas cristalinas

De regreso a la costa, el sol comenzaba a teñir el cielo de ámbar y carmesí. En Anse Royale, una playa serena y de aguas tranquilas, nos sumergimos en el mar como si nos fundiéramos con el ocaso. Los peces de colores danzaban alrededor, y en la distancia, los barquitos de pescadores regresaban a casa. Pedimos un plato de pescado al curry en un pequeño restaurante junto a la playa, donde el sabor del coco y las especias selló el día con un último deleite.

Destino final: Beau Vallon, la joya nocturna de Mahé

Cuando la noche cayó, llegamos a Beau Vallon, donde me esperaba mi hotel junto a la playa. Pero antes de retirarme, el guía me llevó a un rincón donde los lugareños tocaban tambores y las brasas de una parrilla chisporroteaban con pescado fresco. Me despedí con una cerveza Seybrew en la mano, viendo cómo las olas susurraban en la oscuridad.

Mahé no es solo un destino; es un latido, un pulso de vida donde la naturaleza, la historia y la calidez humana se entrelazan en una armonía perfecta. Y este fue solo el primer día.

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