La Habana intemporal

 

 

 
Salgo del hotel y camino por la vieja Habana. En un añejo cartel, de una antigua y pequeña tienda cerrada, en la Calle Compostela, dice «Novedades». ¿Novedades de que?. Mantiene toda la estética de los sesenta, y parece que conoció mejores momentos. Cierto es, que cuando los «barbudos bajaron de la Sierra», el mundo se detuvo, y hay lugares que parecen haber sufrido un bombardeo, hasta el punto de preguntarnos si estamos en La Habana o en el Beirut post guerra civil. Aunque a menudo se sufre dosis desasosegantes de inquietud, la vida, la música, y el latir urbano sale de cualquier portal comunal. Ebullición constante, como por ejemplo, en la lucha ideológica de cualquier cartelón habanero, o en la constante afición de la ciudadanos de La Habana: pasear sin rumbo y mirar. Y sobre todo esperar. No saben que, pero se espera día tras día. Pero por encima de este tunel del tiempo, triste y melancólico; cutre y desgastado a la vez, ¿Que nos ofrece la vieja Perla del Caribe?. 

Tan solo nombrar la capital Cubana, tenemos evocaciones cálidas y untosas; tropicales, musicales y de olor a ron y caña. Sin lugar a dudas un lugar lleno de sensaciones y explosión de vida.

 La bien llamada “perla del caribe”, por su importancia estratégica y comercial para la antigua metrópoli, es más que una ciudad monumental única, patrimonio de la humanidad, con un casco histórico colonial de primer orden, sino una urbe intemporal, que debido a su particular idiosincrasia política mantiene un ambiente irrepetible y siempre sorprendente.

 Cierto es, que los huracanes, el abandono y la crisis están causando graves cicatrices en la urbe, mitigado en parte por la ingente campaña de rehabilitación, que está haciendo que algunas partes del casco viejo, parezcan ahora cajas de coloridos bombones; pero el ambiente sigue siendo irrepetible en cada esquina de su casco histórico. 

El corazón de la urbe comienza en la Plaza de Armas, lugar en donde comenzó la ciudad en 1519, mirando el mar, y protegida por el Castillo del Morro, que controla el acceso a la bahía. Es un plaza muy española, con arcos, palacios de piedra árboles vendedores de libros usados, y una turba de turistas que se mezclan con los habaneros. 

Se dice que Habana se inspira en Cádiz, y de hecho el entramado laberíntico, pero rectilíneo de sus callejuelas nos recuerdan a la ciudad andaluza. Dos plazas importantes en el Casco histórico, la de San Francisco, con la iglesia del mismo nombre, justo enfrente de la terminal de cruceros, y la de la Catedral. La Calle Obispo es la artería principal, aun con un tejido comercial incipiente, pero con establecimientos míticos como el Hotel Florida. 

A su vez, no debemos dejar el casco histórico sin un Mojito en la Bodeguilla del Medio. Icono turistón, pero ¡que diablos¡, ¿Qué tiene de malo serlo?. Tras un pollo con frijoles, arroz y ropa vieja, por dos duros, en el Patio del Hanoi, a ritmo de música cubana, sigo la exploración.

 

 

Parque Central, separa el casco histórico del resto de la urbe, y es un capricho decimonómico con imponentes edificios. Sobre todo destaca el Capitolio, el Centro Gallego, y hoteles tan lánguidos y decadente, pero con sabor de principios de siglo como el Inglaterra, y que es el lugar perfecto para un descanso en cualquier de sus románticas terrazas tomando algo a ritmo de salsa. 

Pero además, el romántico bulevar del Paseo de Prado, y lugar en donde la burguesía local construía sus casonas. Es el paseo más hermoso de la ciudad. Hoy la estampa no es muy halagüeña, y cerrando los ojos, nos imaginamos una época, cuando el dinero bullía a espuertas fruto del comercio del tabaco y café. Era la colonia más rica y sofisticada, de la metrópolis Española. Eran otros tiempos.

 

 

 

Debemos además, sobre todo, en el crepúsculo, cuando el sol tiñe las fachadas de color azafrán, pasear por el Malecón Habanero, y sentir le brisa del mar. Es un escaparate para ver y ser visto. Lugar de paseo por excelencia, y uno de los lugares más típicos de la ciudad. 

Habana es mucho más, y tenemos que nombrar lugares como el Vedado, centro de ocio por excelencia, y zona hotelera principal de la ciudad. Lástima de las ruinosas mansiones, de expatriados huídos esperen el «sueño de los justos» en estado de abandono, a que vuelvan sus dueños desde Miami. Otro de los ritos es el consabido helado en Copelia. Lástima que las opciones para turistas, no alcancen el esplendor en sabores y variedad que disponen los cubanos. Es una parte de anchas avenidas, y espacios abiertos. También nombrar Miramar, con sus maravillosas casonas, y el Parque de la Revolución. Sin embargo, lo más importante de la ciudad, es su carácter abierto, y la amabilidad de sus gentes. Por eso, no sería completa la visita, sino no nos dejamos guiar, por algún  lugareño que con toda seguridad, nos hará meternos en la idiosincrasia local. 

 

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