Dos destinos tropicales en Filipinas
El tiempo había clareado. Era una luminosa noche en el Mar de China. Las aguas estaban como estancadas, y al amanecer comienzo a ver formaciones rocosas a ambos lados del barco. Sabía que Corón, en Filipinas era una especie de capricho geológico de primer orden pero penetrar tan suavemente, hacía de la escena algo irreal.
Un lugar con decenas de escondites, y lugar de mil y unas batallas. Debajo de nuestros pies, en fondos coralinos y transparentes, estructuras fantasmas de una docena de navíos japoneses, alguno americano en las batallas de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el Silver Shadow atraca, y corro las cortinas del barco, para ver la pequeña localidad de Corón; no inspira a priori. Pequeñas comunidades de pescadores, y minas de manganeso es el sustento de la zona, y ahora decenas de cientos de turistas llegan atraídos por aguas transparentes, entorno tropical, calas desiertas, y sobre todo una naturaleza muy curiosa, y sin adulterar.
Cualquiera que sea tu actividad en Corón, siempre implica el disfrute de las aguas. Playa, snorkel, disfruta de las aguas, paseos por la bahía. Corón es Patrimonio de la Humanidad, y solo Halong me recuerda levemente el lugar.
Unas barcas locales nos esperaban en el puerto, para meternos por todos los recovecos en un entorno mágico de mar un montañas. El destino final suele ser el fantástico y semi escondido Kayagan Lake, pero también navegación pausada entre islotes, lagunas para parar en la una cala, para disfrutar de unas aguas verdosas, y aparentemente sin contaminar. En nuestro caso cerca del Barracuda Lake. El agua es deliciosa, y hasta fresca. Miro con mis gafas de snorkel y no puedo creer las decenas peces multicolores que nadan a nuestro alrededor. Subo a la barca, pensando si entre esta fauna acuática, puede haber alguna serpiente autóctona, o alguna aleta tiburil en el horizonte.
Rodeado de agua, y rocas, pienso que es uno de estos lugares, tan en armonía con el planeta, que nos hace pensar que aun hay esperanza. Ni un plástico, basura, ni una mota de contaminación. Espero que el turismo de masas, no cambie el equilibrio de Corón por mucho tiempo.
UNA ISLA TROPICAL
A unas horas de navegación llego a otro punto del Palawan filipino. Tengo que decir, que no tenía grandes espectativas, pero me gustó Puerto Princesa, para poder ver la vida local del país. Con una de las rentas per capita más bajas de la zona, la ciudad no es motivadora; solo para ver como es la vida local. Y es intensa. Tráfico, agitación, y sobre todo como había pensado, decenas de pinceladas, que nos hace recordar el pasado hispano del archipiélago. Técnicamente el puerto está a 5o metros de la Plaza Central, aunque todo es algo insípido. No hay casco histórico propiamente dicho, sino la Plaza con una catedral. Se denomina aun Plaza Cuartel, y la Catedral de la Inmaculada.
No es especial, pero te hace sentirte en un entorno familiar. Los filipinos son pragmáticos. Comparte su amor por la cultura estadounidense, con el reconocimiento de lo hispano como parte de su historia. Sin aspavientos ni odios ancestrales, como ocurre con algunos países de hispanoamérica, y con una imagen positiva de los Españoles. La Plaza Cuartel es una especie de parque memorial, donde había un destacamento español, usado luego como prisión, en donde los japoneses quemaron vivos a 154 soldados americanos. Filipinas se convirtió en uno de los escenarios más sangrientos, de la Segunda Guerra Mundial.
Puerto Princesa es una costa privilegiada, en donde los visitantes disfrutan de los placeres locales playeros. La atracción local son unas cuevas, llamado Underground River. Había llovido, y el nivel de las aguas iba a no hacer recomendable la visita. Me habían hablado que las aguas estancadas, y la fauna local, podían ser fuente de infecciones. Algo letal para una gran herida abierta en una de mis piernas. Opté por tomar una embarcación local, y descansar en Luli Island. Una isla deshabitada, y un buffet de productos locales, en donde degustamos un fantástico entrante Chao Lang (una sopa estilo vietnamita), y el famoso pastel de plátano filipino. Parecía una isla sacada de un película.
La marea estaba especialmente baja, y salvo meter un poco los pies en la zona de mar acotada, no provocaba demasiadas ganas de bañarse. Cuando regresábamos vimos colonias de tiburones ballenas. El mérito de la excursión, son las decenas de lugares paradisíacos que los botes cruzan antes de llegar al lugar elegido. La isla es amplia. Playas de nombres impronunciables, en las islas como Luli, Cowrie o Starfish. Además playas como Nagtabom, o Sabang.
Puerto Princesa es medianamente seguro, y por unos pocos pesos podrás alquilar un tuc tuc o taxi, y customizar tu estancia, de acuerdo a tus preferencias. El filipino es especialmente cordial y amable con los extranjeros. La mayor parte de los resorts de la zona, ofrecen bonos de días de playa (incluyendo el uso de las instalaciones y con comida incluída) por muy poco dinero.