Cuando te topas con buena gente
Estaba cansado, caía un aguacero intenso, y el mediodía se presentaba complicado. Debía volver al barco en una hora.
De estas decisiones equivocadas en las que andas, andas y andas en sentido contrario y te encuentras perdido en medio del monzón a 5 km de tu destino. Encima te topas con el enemigo silencio de los turistas en Asía. No son los delincuentes, insectos, o comida insalubre. Es el enemigo que al lado de la acera te acecha. Los canales para evacuar las aguas del monzón. Chofff!!!! Me veo con una pierna dentro y grandes dolores. No parece rota. Pero a buen seguro con un rascón considerable.
Me repongo y miro a mi alrededor. Me encontraba en uno de esos lugares «chungos» en donde crees, por prejuicios occidentales que los pobres lugareños te van a desplumar. Que injustos somos. Al cabo de un rato y tras comenzar a caminar de nuevo, una señora me manda entrar. Entro?. Saca algo de una alacena. Ohhh me va atracar en la vivienda humilde.
Me levanto el pantalón y comienza amablemente a curarme la raspadura y me trae una taza de té verde, con una sonrisa y una dulce parrafada en malayo. Sale un ancianito de un desvencijado Daewo y en medio de una sonrisa me sube y me deja en una parada. Pero si no tengo moneda local?.
No importa, tras hablar con la gente de parada, una señora saca un billete y me lo ofrece; al cabo de un rato, otro llama por móvil. Un taxi me lleva al barco. Era solo un euro, pero seguro que un mundo para ellos.
Benditas lecciones de humildad y vida, que a veces surgen y nos ponen en nuestro lugar. No sé como son el resto de los malayos, pero mi cuota de simpatía se vio inmensamente superada.