SIDI BOU SAID: Un mundo perfecto
Sinfonía en blanco y azul. Sidi Bou Said es uno de esos pueblos que parecen sacados de una fresca acuarela veraniega. Y es algo de agradecer, en el cálido Túnez. Lugar de veraneo de ricos y famosos, el pueblo es un paleta pictoricamente perfecta, situado en lo alto de una colina, y que parece fundirse en el horizonte, con un Mediterráneo siempre generoso. Mimado por las autoridades tunecinas, aunque se haya convertido en un enclave invadido por las mareas crucerísticas, que desembarcan en la Goulette, la localidad pretende ser la recreación de lo que el país entiende por un lugar perfecto para vivir.
Siempre que llego a Túnez por mar, el país se muestra con una actividad febril y una capital en exceso bulliciosa, aunque dentro de lo que es el mundo árabe, sea un oasis de paz y orden. Huír a Sidi Bou Said es refugiarse en la placidez, y después de cómodo viaje en tren desde el puerto, puede ser una buena opción para pasar una deliciosa jornada. De lugar balneario para los tunecinos bien, que siguen decorando sus tortuosas y pendientes calles con opulentas casas, a punto turístico “chupi guay”, en donde toda esta perfección azul y blanca se establece a partir de 1920, cuando se estipula que sobre las caleadas paredes de la localidad, las rejas, contras, puertas y ventanas tendrían que ser azules. Colores resaltados por un universo de bungavillas, flores mediterréneas varias hasta hacer del entorno una localidad edulcorada que acaricia los sentidos.
No es extraño que haya inspirado a generaciones de artistas. Desde Sartre a Oscar Wilde, e incluso artistas tunecinos, que encuentran el lugar en algo motivador. Dejemos a un lado las decenas de tiendas de souveniers, que han convertido las arterias principales en un pequeño zoco, todavía es posible buscar una armónica esquina en su laberínticas calles. El broche final debe ser en el famoso Café des Nattes, también punto de tertulias artísticas. Aunque sospechosamente tópico, en parte para hacer sentir al turista como una especie de Lawrance de Arabia, es perfecto para tumbarse en sus alfombras, y cojines, refrescarse con un té de menta y piñones, y aspirar los efluvios de una cachimba. No tiene pérdida, en lo más alto del pueblo, todas las calles llevan al Café des Nattes.