Me sentía flotar, como si fuese un pájaro con las alas extendidas. Todo estaba en silencio y bajo mis pies se veían las altivas picos de los Alpes, a mi izquierda el Bodensee; abro los ojos y el capitán vuelve a encender los motores del Zeppelin ZT. O sea, Neue Technologie (nueva tecnología). No; no he vuelto al año 37. Había decidido probar una de las últimas experiencias viajeras que es volar en el último dirigible que todavía existe.
En 1937, el pomposo Hindenburg estaba a punto intentar aterrizar en Nueva York, y se trunca la trayectoria ascendente del dirigible; el medio de transporte de «ricos y famosos» del momento. No olvidaremos las fotos del accidente. La primera catástrofe online de la historia. En una evento todavía sin aclarar, los grandes trasatlánticos aéreos nazis terminaron su fugaz historia. Su factoría estaba en la preciosa localidad de Friedrichshafen, a las orillas del bucólico lago Bodensee en Baden-Württemberg.
Mi dirigible se mete en medio de las nubes. Puedo casi tocar su blancura. Unas horas antes, había llegado en el primer tren de la mañana, desde Stuttgart y estaba emocionado con una experiencia única e irrepetible, a pesar de haber pagado casi tanto, como medio billete a Nueva York.
Esta localidad siempre ha estado especialmente vinculada al desarrollo y evolución del dirigible, los alemanes han vuelto a resucitarlo, y desde finales de los 90, 6 nuevos prototipos NT han sido construidos para ser usados esencialmente en vuelos turísticos; la experiencia es cara pero está siendo totalmente un éxito.
Desgraciadamente las experiencias viajeras no siempre son perfectas, y en mi caso mi cámara fotográfica se había bloqueado justo antes de aterrizar; solo tenía algunas fotos de cámara analógica. No importaba; lo guardaría en mi mente. Abro los ojos, y la sensación es de flotar, con las montañas en mis pies. Tenía ya casi una taquicardia. Algo jamás experimentado; suave, silencioso como un algodón con la luz del sol entrando en la pequeña carlinga, de nuestro dirigible llamado voten sí. El sueño de Ferdinand von Zeppelin ha vuelto a la vida.
Son 75 metros, 8225 metros cúbicos de dimensiones helio, y combustible de aviación desplazan a este pequeño dirigible, con un alcance de 900 kilómetros, a 125 kilómetros por hora, a una altitud de entre 300 y 2600 metros. Tiene una estructura de grafito reforzada y armazones de aluminio. Los motores son increíblemente suaves, y mientras que el piloto está a los mandos fly and wire, la azafata nos explica toda la historia de la zona, el dirigible y la sensación que produce en los pasajeros. Mientras tanto se vuelven a poner en marcha los tres motores Textron Lycoming.
Saboreo cada instante de la experiencia, algo parecida a nadar, flotar en un crucero, ir en helicóptero o simplemente soñar. La empresa operadora, herederos de la antigua compañía que comercializaba los pasajes trasatlánticos en los antiguos Zeppelin y llamada Deutsche Zeppelin Reederai, comercializan sus pequeños cruceros aéreos en grupos de 12 pasajeros a la vez, desde un hangar nostálgico y vintage, justo a orillas del lago. La experiencia parte de 175 € a 800 por vuelo; desde 30 minutos a más de 3 horas y realizando diversos recorridos.
La luminosidad de la mañana a orillas del Bodensee era espectacular, y nos permite poco a poco visualizar pueblos bucólicos, prados inusitadamente verdes, montañas, autopistas y un paisaje absolutamente cautivador. Se llama turismo de experiencias; termino mi chocolatina, y me recuesto para disfrutar plenamente de cada segundo, que me quedan, al tiempo que el dirigible comienza poco a poco a descender.
¿Sentirían los pasajeros del Zeppelin cuando bajo Nueva York, la misma experiencia de vuelo y de viaje?. Es escalofriante imaginar sus últimos momentos, pero mucho ha cambiado y estas pequeñas joyas tecnológicas nada tienen que ver con los primitivos dirigibles.
Después de un contundente almuerzo, y todavía saboreando las imágenes de mi crucero aéreo más peculiar, dirijo mis pasos hacia el Museo del Zeppelin. Un homenaje a la evolución de uno de los inventos aéreos más geniales y espectaculares del mundo.
Cuando entro en el Museo Zeppelin y veo una sección a tamaño real del antiguo Hindenburg se me hiela la sangre, y a mi mente vienen imágenes de los infaustos pasajeros, y su últimos momentos. Asciendo por la pasarela, y poco a poco voy entrando en las entrañas del dirigible más famoso de la historia. Cabinas sencillas, literas, un salón-comedor, te hacen sentirte parte de la historia.