El barco se dirige a St Peters Port, pequeña capital de la Isla de Guernsey. Algo más que paraíso fiscal, mantiene una relación peculiar con Gran Bretaña, a pesar de su proximidad con las costas francesas. Independiente de Gran Bretaña, con moneda propia, tiene un micro clima especial. Menos salvaje que Belle Ille, es también un prototipo de tranquilidad.
Había probado el magnífico Spa de la prestigiosa marca Sothys. Hay muy pocos barcos del tamaño del Boreal con tantas opciones balnearias. Además de gimnansio, maquina de Kinesis, hamman, peluquerías, salas de tratamientos, ofrece un baño de hidroterapia, y zona de relax con maquina de café e infusiones macrobióticas. Adicionalmente una terraza para relajarse tras el ejercicio o un tratamiento. Me llamaron la atención los rituales orientales para relajar cuerpo y mente, la aromaterapia, pero opté por un facial Detox and Energy. La lista es eterna. Mientras llegábamos, los Thompson atacan de nuevo arrastrándome a una frenética clase de chachacha. Otras actividades incluían clases de manualidades, un par de conferencias, pero opté por una de las 15 películas en español de estreno en la pantalla de plasma.
La Isla de Guernsey, junto con las de Sark, Herm y Alderney forma parte del archipielago del mismo nombre, han sido aliados de la Corona Británica desde 1204. Si tuviesemos que definirlo tendriamos que hablar de un país en miniatura, perfecto, organizado, limpio e idílico. Por una cochina libra, se puede tomar el bus 7 o 7a, y dar una vuelta a la isla. Si imaginamos una Inglaterra costumbrista y eterna, como en las películas rurales preciosistas británicas tendríamos a Guernsey. Cottages con jardines púlcramente cuidados, pueblecitos coquetos y paisajes suaves. Una costa norte con hermosas y agrestes playas y un sur con acantilados.
Puedes abrir una cuenta en los potentes bancos del lugar, o callejear por la hermosa aunque pueblerina capital. Su high street, las teterías, las pendientes y empedradas calles del viejo Saint Peters Port, o las callejuelas peatonales comerciales. En un mundo tan perfecto, no pude dejar de sucumbir a un acto típicamente inglés, y apestosamente tópico. Tea time con Scone. Aparte de empaparse de placidez, recomiendo visitar el acuario, la fortaleza Cornet, la Casa de Victor Hugo (vivió exiliado durante 14 años), las fortificaciones de los alemanes cuando ocuparon la isla durante 4 años, o el Palacio Sausmarez.
El barco parte suavemente rumbo a Caen, pasando por la pristina Isla de Herm en donde se vialumbra una solariega mansión oteando el horizonte. ¡¡Por Dios, no podría con los Thompson de nuevo!!. Dos opciones para la cena: servicio de camarotes mirando el atardecer con los pies en la barandilla, o probar el buffet casual. Opto por la segunda opción, y mi copa antes de dormir en el Salon Astrolabe, en proa mirando al horizonte. Pasaré por alto la noche de canciones francesas. Edit Piaff puede ponerme melancólico en una jornada muy intensa.
Y eso que la voz de Anna Rita es portentosa. A capella muchas veces.
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