GINEBRA: La dama del Lago
El avión comienza a bajar hacia Ginebra, dejando los hermosos Alpes a un lado, y sobre un inmenso lago. Los Suizos no tienen mar, el Leman es lo más aproximado a una costa que tiene el país helvético. Se suceden una larga hilera de lujosas casas a las orillas del lago. Botes, yates, y gente disfrutando en una tarde de otoño tardío. Un otoño cálido, en donde la gente todavía disfruta de los placeres acuático. Aterrizamos en la segunda ciudad de Suiza, y uno de los lugares más prósperos y ricos de Europa.
La pequeña Ginebra se sitúa en una orilla, en la desembocadura del Río Ródano. Tranquila, algo pueblerina, la ciudad suiza se presenta como una ciudad anodina, aburrida, y apagada. La increíble gama de parques, comienza a mostrar una paleta de brillantes colores ocre, mostaza, y amarillos. Cambio climático dicen. No es normal que en pleno octubre estemos en manga corta, y disfrutando de las orillas del lago. Cierto que es una de las zonas con clima más benigno de Suiza, pero aun así es algo terriblemente anormal.
Dicen los Ginebrinos, que en su ciudad no suele pasar nada interesante. Solo entresijos de la diplomacia, y negocios. El placer de la vida balnearia de principio de siglo, ha perdido mucho fuelle. Con una área metropolitana de medio millón de habitantes, es la urbe por excelencia de un lago entre Suiza y Francia donde viven 1 millón 250 mil habitantes. Sede de organismos internacionales, el tercer centro financiero de Europa, y una de las ciudades más caras, es el paradigma de sociedad opulenta y rica.
Lugar de asentamiento de los Alobroges o burgondinos tuvo una historia poco conflictiva salvo puntuales momentos. El ataque del Duque de Saboya, o cuando Calvino se refugia en la ciudad desde donde se gestó la Reforma y el calvinismo. Pasa a Francia entre 1798 y 1815, y pasa ese año a ser parte de la confederación Helvética. Hoy la ciudad está embutida en Francia, y nos parece una ciudad gala más. Cuando sales del centro, los barrios suizos se mezcla con franceses, en donde las invisibles fronteras, son simples calles.
Al borde del lago;
Después de dejar mis cosas en el carísimo hotel, comienzo mi primer contacto caminando por los márgenes del Rive Droite y Gauge. O sea las dos orillas en donde la ciudad se asienta. Cruzo uno de sus puentes, y me siento mirando las orillas desde el Jardín Inglés. Aun nos parece una ciudad balnearia de principio de siglo. Enclave de paz, siempre fue elegido para que gente de todos los tipos, se refugiaran en una Europa siempre en armas.
La propia emperatriz Sissi, que murió apuñalada en Ginebra, se refugió en sus orillas, y daba largos paseos a lo largo de sus orillas. Lánguidas fachadas, miran al lago, al tiempo que los antiguos barcos de época salen para dar paseos al lago. Todo es pausado, muy pausado pero ordenado como un preciso reloj suizo. El orden es pulcro.
La vida cambia poco en Ginebra. La fuente del Jet d´Eau es una de las fuentes más altas del mundo. Unos 140 metros de chorro. El Jardin Anglais acoge dos curiosidades locales. El Monumento Nacional, que conmemora la unión de Ginebra a la Confederación Helvética, y el reloj floral, como homenaje a su industria más tradicional. Los relojes. Levanto la cabeza, cuando camino hacia el casco histórico por Place du Port. Veo anuncios y relojerías a lo largo de Rue de Rone, de marcas como Piaget, Baume & Mercier, Chopard, Patek Philippe…etc.
La Vieja Ginebra
No es especialmente grande, pero si limpia, tranquila e impoluta. Grandes casonas y palacios se alzan en calles como Grand Rue, Vieux College, o la Plaza del Hotel de Ville. Se va subiendo, en escaleras llenas de hojas, y acompañado del sonido de sus fuentes. En el centro, a lo alto, la imponente catedral de Saint Pierre. Construída entre 1160 y 1286 es una variada mezcla de estilos románico, gótico y neoclásico.
A lo largo de sus callejones podemos ver tiendas tradicionales, librerías antiguas, o e olor a fondue de las tabernas tradicionales. Otros puntos serían la Iglesia de la Madeleine, el Arsenal, Saint Germain, o la Maison Tavel. Una rica casa de comerciantes locales, que dominaron la alta sociedad local.
–La Ginebra de la diplomacia y El jardín Botánico.
Tomamos el tranvía 15 con dirección hacia Nations. Si la joyería, las grandes empresas, y ser el lugar de morada de grandes fortunas europeas es el alma más destacada de la ciudad, lo es también desde hace siglos, la ciudad de la paz y de los pactos internacionales. Ginebra siempre fue una ciudad alejada de conflictos, y por eso fue elegida por la Liga de Naciones para asentarse entre 1929 y 1947. Tras la Segunda Guerra Mundial, es Sede Europea de las Naciones Unidas. Se puede visitar la biblioteca, varias partes de este edificio «de la paz», por una pequeña cantidad.
La influencia de la diplomacia más allá. Al amparo de las Naciones Unidas se asentaron otras organizaciones internacionales como Uniceff o la Cruz Roja (nacida en la ciudad). Miles de diplomáticos y funcionarios pululan por la ciudad a cualquier hora. Más abajo el Jardín Botánico. Un delicioso jardín, al lado de Naciones Unidas, en forma de 28 hectáreas de estanques, invernaderos, flora de medio mundo, herbolario. Y sobre todo, lugar sosegante usado para los entresijos de los diplomáticos que gestan sus acuerdos en sus idílicos parajes, antes de entrar en el edificio de las naciones unidas.
-La ciudad de los museos:
Ciudad culturalmente activa por excelencia, es rica en museos, y debemos seleccionar algunos. El esencial es el Museo de la Cruz Roja es clave. Pero debemos de visitar también el Babier, la Casa de Rousseau, el Museo relojero de Patek Philippe, o el Pettit Palais.
COMO LLEGAR: La vía aérea es la forma más natural de llegar la ciudad. El Aeropuerto de Cointrin es uno de esos fantásticos aeropuertos situados en el centro de la ciudad (a 5 km), desde el que puedes llegar a muchas partes del mundo. Aunque Swiss no tiene una presencia extensa, si Helvetic, otras compañías internacionales y sobre todo Easyjet, que mantiene un activo hub. Se llega en tren a la Estación de Cornavin, o través del buses como el el 5 y 10.
COMO MOVERSE: Desde el aeropuerto el billete cuesta 3 francos, tanto en tren o autobús. Desde las maquinas situadas en estaciones y aeropuerto, podemos sacar un billete Unireso, que incluye todos los transportes de la ciudad, por 10 francos (unos 9 euros) de forma ilimitada, por un día.
COMPRAS: Si tienes dinero para un gran reloj, adelante. Son maravillosos, aunque son especialmente caros, aun los plasticosos Swatch pueden pasar de los 100 euros. Además de las navajas suizas, no hay nada más característico que el famoso chocolate.
No es barato si vamos a las carísimas marcas Läderach en Rue de Marché 3 (entre otras localizaciones), o Sprüngli en la misma calle. Si eres un simple mortal, podrás encontrar tabletas ricas, en supermercados como Migros.
DONDE DORMIR: Otro lugar en donde no existen los hoteles baratos. Encontré algo «decente» a unos 120 euros. Tres estrellas y en pleno centro. El Hotel Tor queda en un tercer piso, y sus amabilísimos dueños han conseguido ofrecer algo «medio económico», con toques de calidad. En un edificio antiguo con fantásticas vistas, es sencillo, pero con decoración muy cuidada.
Cada habitación tiene baño, secador de pelo, caja fuerte, nevera, pantalla de plasma de gran tamaño con decenas de canales, y desayuno incluído, y servido en la propia habitación Con un pequeño salón de entrada, todo el alojamiento dispone de wifi gratuita.
QUE COMER: Si estás en Suiza debes tomar queso. Atiborrarte de él. Hay decenas de lugares con cocina de medio mundo, pero encontré Le Pettit Chalet, en Rue de Berne 17, decorado como si fuera un chalet alpino. Tiene cocina italiana, pero también suculentos Rötis, también un clásico suizo. Me encanta su Raclette.
La fondue suele ser demasiado contundente. Raclette viene a ser queso fundido sobre patatas asadas (tres platos de queso dentro del mismo precio), y una gran tabla de embutidos suizos. Los 3o euros que cuesta, hace que comas y comas hasta casi reventar.